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Historia del colchón

 

La historia del colchón transcurre en paralelo a la humanidad. Desde la Prehistoria hasta nuestros días el ser humano ha buscado un método de descanso y ha trabajado para mejorarlo. Cada noche, tumbado en el colchón, el hombre marcaba las pautas de este avance, pues las incomodidades le obligaban a buscar otro método más eficaz para dormir. Esta ansia por mejorar le ha llevado hasta convertir el colchón en un símbolo del descanso. Esta es una historia que siempre mira hacia delante, aunque para ello haya que remontarse hasta sus inicios.

 

 

Érase una vez una pequeña cueva de la Prehistoria. Así empieza la historia del colchón porque, aunque el colchón actual tiene un origen reciente comparado con la humanidad, el hombre ha utilizado siempre algún método de descanso. Este método es el antepasado de nuestro colchón.

Concretamente, el colchón de la Prehistoria era un lecho de hojas, hierbas secas o cualquier material que aislara del suelo y diera un poco de confortabilidad. Se tiene constancia de que el hombre del Neolítico utilizó un colchón primitivo formado por estos materiales envueltos en pieles. En esta época, la tribu dormía en masa sobre este colchón para combatir el frío mediante el calor corporal y para sentirse protegidos frente a los depredadores.

A medida que transcurrían las civilizaciones, el colchón se amoldó a las costumbres de cada cultura. De esta manera, en Egipto la situación del colchón era un símbolo de la posición social, es decir, mientras el faraón colocaba su colchón en altura mediante un armazón de madera para evitar las corrientes de aire, la gente común dormía en cualquier rincón y en un simple colchón con un escalón para apoyar la cabeza.

La llegada de la cultura griega supuso un atraso respecto a la evolución del colchón, pues en sus ansias de primar la belleza a la comodidad, los lechos griegos eran terriblemente duros. Los griegos obviaron el concepto de colchón y fabricaban piezas de descanso con madera, piedra o mármol. Para aminorar la incomodidad de la base ante la falta de colchón, los griegos colocaban telas que hacían las veces de almohadas.

Sin embargo, en la época romana se recuperó la figura del colchón y, además, se mejoró notablemente. Como relleno de este colchón se añadió, en principio paja y después lana y finas plumas de ave, con las que también se rellenaban cojines y almohadas. De esta época destaca el uso del colchón como punto de reunión. El colchón servía para dormir por la noche, reclinarse o recibir visitas durante el día y tumbarse en él mientras se comía. De esta manera, grandes personajes de la Historia Antigua como Alejandro Magno o Julio César tomaron sus decisiones más importantes sobre un colchón. Una costumbre curiosa de esta época era descansar sobre una cuna de agua templada antes de pasar al colchón.

La caída del Imperio Romano supuso también una decadencia en el uso del colchón. En la Edad Media había mucha gente errante que viajaba de ciudad en ciudad, como los juglares o los mercaderes. Toda esta población a la hora de dormir buscaba el mejor sitio bajo techo o en la calle. Además, no era de mal gusto descansar junto a otras personas, pues se aportaban calor mutuamente y esto era más importante que la intimidad. De esta manera, cualquier rincón en el suelo se convertía en un improvisado colchón. Precisamente, de ahí viene el término “cabecera”, que no era la zona superior de la cama sino el lugar del suelo donde se acomodaba la persona para dormir. El medievo también dio lugar a la expresión “hacerse la cama” entendido de forma literal. Puesto que no existía un lugar exacto para dormir, cada noche los usuarios tenían que fabricar el colchón a base de paja o cualquier otro material extendido en el suelo.

Además, el uso del colchón se vio sometida a las creencias de cada época. De esta manera, aunque ahora consideramos el colchón como sinónimo de descanso, en el siglo XII el rey Edgar de Escocia prohibió a sus nobles dormir en un buen colchón de plumas para evitar que este colchón blando los convirtiera en soldados de débil carácter..Sin embargo, el Renacimiento aportó una nueva forma de entender el mundo en el que la ciencia era el centro del conocimiento. Esto supuso una evolución en la higiene del colchón. Hasta el momento, los rellenos del colchón de origen orgánico se pudrían y se convertían en refugio de insectos y ratas. Precisamente, está documentado que Leonardo Da Vinci se quejó de haber tenido que pasar la noche “sobre los despojos de criaturas muertas” en casa de un amigo suyo. Para evitar que los animales entraran en el colchón se hilvanaron los bordes y se añadieron botones que impedían que el relleno se desplazase. Sin embargo, los problemas de humedad y olor persistieron con lo que el colchón se convirtió en la pesadilla de cualquier durmiente, quien además se levantaba muchas veces con picaduras de estos indeseables compañeros de sueño.

La solución llegó en el siglo XVI de la mano del tapicero real Guillaume Dujardin, quien fabricó el primer colchón de aire de la Historia. Se trataba de una lona encerada equipada con válvulas de aire para inflarlo. Sin embargo, este colchón tenía una duración bastante corta pues era habitual que se agrietase.

Durante el siglo XVII se añadieron muelles al colchón. Sin embargo, los primeros muelles eran cilíndricos y, al apoyar el cuerpo, se deslizaban o abatían lateralmente, perforaban el acolchado del colchón y ocasionaban problemas de espalda. A mediados de 1850 aparece el muelle cónico y se integra al colchón. Nació así el colchón de muelles actual que poco a poco se fue perfeccionando. Por ejemplo para evitar el ruido, James Marshall enfundó cada uno de los muelles que componían un colchón en un saco de tela individual. También en esta época se diseñó un colchón de agua exclusivo para evitar la aparición de úlceras en los enfermos hospitalizados durante largo tiempo.

Pese a todos estos sistemas, el colchón de lana fue habitual en Europa hasta bien entrado el siglo XX. Por ello, durante mucho tiempo existió la figura del colchonero, un profesional que viajaba de pueblo en pueblo para airear, rellenar y ahuecar cualquier colchón de lana que le solicitaran. Este colchón persistió porque el colchón de muelles resultaba caro, con lo que su uso se convirtió en un lujo propio de grandes hoteles y transatlánticos. De esta manera, el colchón fue una de las claves para entender la diferencia de pasajes en el mítico Titánic. Un pasajero que viajaba en un camarote de primera clase descansaba sobre un mullido colchón de muelles mientras que en los habitáculos de tercera no había colchón, sólo un depósito de paja.

Sin embargo, poco a poco, sus ventas aumentaron hasta llegar al Beautyrest, un colchón de muelles comercializado en EEUU por el fabricante Zalmon Simmons, quien se apoyaba en el testimonio de grandes genios de la época como Edison, Henry Ford o Marconi. A finales de los años veinte el colchón relleno de lana empezó a desecharse en favor del colchón de muelles.

A partir de la década de los 30 apareció el colchón de látex. Sin embargo su uso se vio acotado por su alto precio en comparación con el colchón de muelles que paulatinamente se abarató gracias a su producción mecanizada. Junto al látex también se crearon otros rellenos muy populares como la goma espuma de poliuretano. El colchón de picado de espuma era un gran saco de trozos de este material que se utilizó ampliamente durante la década de los cincuenta.

En las últimas décadas se ha ido generalizando el colchón de látex. Se trata de un núcleo de este material recubierto con una funda acolchada que poco a poco se va perfeccionando gracias a la aplicación de nuevas tecnologías en descanso. Bajo esta denominación, podemos hablar de dos tipos de colchón: el “látex 100 %”, es decir, el sintético resultado de un derivado del petróleo y el “látex 100% natural” que procede del árbol de caucho. La diferencia está en el acabado. El colchón de látex sintético, aunque es más barato, resulta más gomoso y no se adapta al cuerpo como el natural. De todas maneras, generalmente se vende combinado con un porcentaje de látex natural

Hasta la década de los noventa, la elección del colchón se debatía entre la firmeza de los muelles y la suavidad del látex. Sin embargo, hacía tiempo que se conocía otro material, el viscoelástico, fruto de las investigaciones de la NASA para aliviar la presión del cuerpo. En 1991 se incorporó este material a los sistemas de descanso, lo que dio lugar al colchón viscoelástico. Entre sus propiedades más importantes destaca la adaptabilidad y la envolvencia que aporta al cuerpo durante el sueño, generando una especie de estado de ingravidez. Hoy en día, el colchón viscoelástico está considerado como el mejor del mercado.

Además, a la particularidad del material, algunos fabricantes han añadido al colchón otros tratamientos adicionales que incrementan sus cualidades. Este es el caso de los sistemas antiácaros, antibacterias y anti-humedad, pues no debemos de olvidar que el colchón es un elemento de uso diario que acumula polvo y suciedad. Estos tratamientos potencian las cualidades higiénicas del colchón y marcan la diferencia entre los distintos fabricantes. Hoy en día, el colchón viscoelástico está en pleno auge y su consumo se acelera de manera proporcional al descubrimiento de sus cualidades.

Sin embargo, el colchón viscoelástico marca un punto y seguido dentro de la particular historia del colchón pues, como ha quedado demostrado en este reportaje, la evolución del hombre se asocia a un progreso en los sistemas de descanso. Desde la Prehistoria hasta nuestros días el hombre se ha preocupado por mejorar su calidad de vida y, en este objetivo, el colchón es fundamental. Pero, más allá del colchón viscoelástico, nuestra propia experiencia servirá para escribir la continuación de esta historia.

 

 

 

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